viernes, 28 de marzo de 2014

El jefe que todo lo ve

Es el sueño de todo responsable de recursos humanos y la pesadilla de cualquier trabajador, máxime si tiene cierta debilidad por el escaqueo. Multinacionales del software como Microsoft o Hitachi han desarrollado, y en algún caso patentado ya, unos sofisticados dispositivos que permitirán a las empresas controlar en todo momento lo que hacen sus empleados hasta un grado rayano en la ciencia ficción. Si éstos se levantan de la mesa, charlan con los compañeros, hacen el crucigrama o van al baño con excesiva frecuencia, tomarán buena nota de ello unos sensores inalámbricos que registran todo tipo de variables corporales y metabólicas: el ritmo cardiaco, la actividad cerebral, la temperatura corporal, frecuencia respiratoria, expresión facial e incluso la respuesta galvánica de la piel. El sensor, que puede estar instalado en una placa personalizada a nombre del empleado o insertado en una tarjeta magnética o un reloj de pulsera, recoge también la ubicación exacta del trabajador en cada instante, con qué otro miembro del personal habla, durante cuánto tiempo y el nivel de apasionamiento empleado. La interpretación de estos parámetros permitirá descubrir si un currela se distrae demasiado durante la jornada laboral, le pone ojitos a alguna compañera o pasa excesivo tiempo ante la máquina de café.

Sociometric Solutions, una empresa del ramo con sede en Boston, ha convencido a los mandamases de grandes corporaciones como Bank of America, Steelcase o Cubist Pharmaceuticals de que su 'chip laborioso' engorda al caballo más aún que el ojo del amo. A los empleados no tuvo que persuadirles porque la amenaza de despido era argumento suficiente. Eso sí, sus directivos aseguran que monitorizan de forma anónima cada dato y que, aunque son capaces de medir el tono, volumen y velocidad de cada conversación, no graban sus contenidos... por ahora. Gracias a este control que deja en pañales al Gran Hermano de George Orwell, los ejecutivos de Bank of America descubrieron, por ejemplo, que sus oficinistas eran más productivos cuando se les permitía realizar descansos en grupo, y que las reuniones largas son menos efectivas porque dispersan el foco de atención. Y, lo que es más importante, se ufanan de haber conseguido aumentar un 10% su productividad.

Naturalmente, los fabricantes de estos 'programas chivatos' los venden con un doble discurso: el dirigido a las grandes corporaciones incide en los beneficios potenciales de vigilar y, en su caso, espolear la productividad de la fuerza laboral con un arma más efectiva que el látigo del capataz de una plantación negrera de Misuri. A los sindicatos y trabajadores, en cambio, les explican que gracias a estos sensores serán capaces de "detectar de forma automática la frustración o el estrés del usuario y comunicar a la dirección que el trabajador en cuestión necesita ayuda", se explican desde Microsoft.

Su argumento no ha convencido a estos últimos, que ven peligrar la charleta sobre el partido del domingo que hace soportables los lunes, por no hablar de su derecho a tomarse un respiro sin ser acogotados por la alta tecnología. "Este sistema supone una intromisión en todos los aspectos de la vida de los empleados. Plantea problemas de privacidad muy graves", alerta Hugh Tomlinson, experto inglés en derecho de protección a la información. ¡Y algunos se quejaban de la máquina de fichar!


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